Se apagan las luces y alguien enciende una antorcha de montaña en mitad de una cena organizada por una facción de la mafia neoyorkina.
Un tío armado hasta los dientes se encarama a una lampara de araña y empieza a disparar a todo lo que se mueve en una larga mesa llena de comensales. La cámara sigue cada movimiento y todo sucede a la velocidad del rayo.
La mayoría quedan rebozados de plomo, a otros les retuerce el pescuezo y a uno le empotra en la cara la pata de una silla. En esta vorágine el tipo, sin atisbo de escrúpulos, danza de maravilla y una vez ha aniquilado hasta el apuntador, sale de la mansión.
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